Lauren A. Altamira
Durante mucho tiempo he pensado en enamorarme y simplemente perderme por ese amor pasional que todos nos dicen que debemos experimentar por lo menos una vez en tu vida, y me habían roto el corazón muchas más veces de las que pensé, aunque al menos había alguien que estaba ahí siempre que lograban dañarme.
Había intentado demostrarme a mí misma que podía hacer todo sola, que no necesitaba de nadie que me dijera que tenía que pagar, cual era la manera de hacer algo, y con ella me fui apartando de las personas que amaba hasta que no hubo más que una persona que se quedó.
Y no, no estoy hablando de un gran amor, o de una amistad de esas que todos dicen tener, o de un padre o madre que te mantuviera tranquila en los momento de estrés en los que simplemente sentías que no podías seguir respirando.
Cuando nos encontramos por primera vez puedo asegurar que yo le había robado el aliento y más de una sonrisa en el rostro, y seguro que me había estado cuidando durante toda su vida para protegerme de cualquier cosa que considerara un peligro absoluto.
Creo que algunas veces aunque peleábamos y nos ignorábamos durante días, y aunque fuera una relación tóxica como todos dirían, había veces en las que simplemente fingimos no haber pasado por nada para después continuar con una vida relativamente normal.
Con el paso del tiempo y de los años maduramos y comenzamos una relación que nunca habría podido entender como es que sucedió, realmente la confianza y el amor aumentaron hasta un punto extremo en el que decidimos hacer un tatuaje compartido, algo que llevaríamos por el resto de nuestra vida, un amor eterno.
Estoy segura que cualquiera diría que era un error, que eso no se hacía, pero no hay persona con la que yo no quisiera compartir toda mi vida, a pesar de las peleas, de los regaños, de los gritos y disgustos, porque a pesar de todo nos encontrábamos ahí, amándonos cada día del año, protegiéndonos cada segundo de cada hora, cada momento era inigualable, porque había risas, lágrimas, tristezas, abrazos, decepciones, besos, y nos habíamos visto crecer con tanto orgullo, que no podría siquiera pensar en alguien más que me pudiera acompañar en los largos años de mi vida.
Ella, mi hermana, se había convertido en mi mejor amiga, en mi adoración, en mi ejemplo, y solo podría desearle lo mejor en esta vida, porque sabía que no había forma más extraordinaria de amar a alguien, que como yo la amo a ella.
Habíamos pasado por millones de cosas juntas y aunque éramos tan diferentes como la noche y el día, como la luna y el sol, como la luz y la oscuridad, siempre lográbamos volver a unirnos en un eclipse de destellos.
Yo sabía que si estuviera en otra vida, que si no existiera otra opción más que tener otra hermana, preferiría quedarme en soledad y esperar a la siguiente, porque yo no me veo amando a alguien más como mi compañera de vida.
Y podrías decir, ¿pero qué es eso que la hace tan especial? Y yo te diría justo lo que viene ahora:
”No existe un ser más noble en el mundo, aquella que da sin esperar nada a cambio, aquella que ofrece amor y bondad aunque sea lo último que de, aquella que se merece el sol y la luna, y no se da cuenta”.
Sin ella la vida no sería igual, y si la vida no va a ser igual, entonces prefiero esperar a que esté ella.