La felicidad de tu primer perro es algo incomparable, aún recuerdo cuando te conocí, podía sentir el calor en mis mejillas por la adrenalina inundando mi cuerpo, las lágrimas brotando de mis ojos al verte ahí, tan pequeño, mis piernas y manos temblando mientras corría hacia el jardín para tomarte entre mis brazos.
Sentir tu pelaje suave y negro entre mis dedos se volvió una sensación tranquilizadora, y tus ojos mostraban felicidad de tener una familia que te amaba.
Correr junto a ti se volvió mi actividad favorita, podíamos correr bajo las ramas colgadas de los árboles y sentir que estábamos en otro mundo, solo tú y yo, derrotando villanos, una niña y su perro como fiel compañero.
¿Qué hubiera sido de mi niñez sin ti?
Más de una vez peleamos por una rama, o por una pelota, y los gritos de mamá inundaban el lugar, pero siempre, terminábamos juntos en el césped, recostados uno a lado del otro, la paz se sentía mientras pasaba el tiempo y las nubes se iban, tu pelaje entre mis dedos y tu pecho moviéndose debajo del peso de mi mano.
Todo el mundo te temía por ser grande y negro, yo te amaba por ofrecerme besos, ¿Cómo podrían temerle al perro más tranquilo y lindo del mundo? El que se recostaba sobre el césped y giraba sobre él mismo hasta que se cansaba, el que se escondía de la podadora a penas la escuchaba, el que se subía a los sillones sin permiso solo porque el piso era demasiado frío.
¿Te imaginas haber tenido otra familia? No lo creo, estabas destinado para nosotros, porque cada una de las veces que te escapaste y te perdiste, logramos encontrarte, porque cuando te tenían encerrado en un lote de vehículos, delgado y maltratado, pudimos recuperarte.
Tu destino era estar con nosotros, conmigo, hasta el final.
Y en el final, estabas recostado sobre el césped, muy quieto, no podía entender que es lo que pasaba, así que te llame una vez, dos, y no te moviste, así que me acerqué a ti, respirabas, lento, como si estuvieras durmiendo, pero sabía que no, que había llegado el momento que no quería que sucediera, había pasado once años a tu lado y no quería aceptar lo que se avecinaba, no quería que te fueras.
Recuerdo que llegó papá de trabajar antes de medianoche, mamá, mi hermana y yo estábamos contigo, acariciándote, diciéndote que todo estaría bien, que estábamos para ti, y en el momento en que papá te tocó y te dijo: Ya estoy aquí.
Tu cerraste tus ojos, y partiste.
Esa noche nuestra familia había perdido un miembro, porque, aunque muchos decían que un perro era solo eso, un perro, para nosotros eras mucho más.
Una parte de mi corazón te la habías llevado, y me negaba a soltarte, mis brazos te rodeaban, aunque sabía que tú ya no estabas ahí, mis lágrimas caían sobre ti, aunque tú ya no las podías sentir.
¿Cómo aprendería a vivir sin ti?
Durante días miré el cielo, y me preguntaba si estarías ahí viéndome, me preguntaba si estabas a mi lado con tu pata sobre mi pierna, me preguntaba si podías sentir cuanto te extrañaba sin importar lo lejos que estuvieras de mí, te extrañaba todo el tiempo, fuiste mi mejor amigo, mi compañero, mi cómplice.
Con el tiempo la tristeza se fue disipando, y fue reemplazada por una nostalgia que aparecía solo debes en cuando, y así poco a poco desapareció hasta que al pensar en ti solo existía felicidad, solo había memorias buenas, solo había recuerdos que merecía la pena contarles a todos.
Cerca de un año después, un día por la tarde, recostada sobre el suelo, al levantarme me di cuenta de que había algo pegado en mi mano, al comienzo me disgustó porque era algo delgado y negro, y al acercarlo a mi rostro pude notar lo que era, un pelo tuyo, lo tomé con cuidado y no pude contener las lágrimas, aún seguías conmigo, aún seguías aquí.
La felicidad y la tristeza juntas eran una sensación extraña, pero se sentía tanta paz saber que aún continuabas aquí conmigo, y no solo en memoria, también una parte de ti seguía aquí conmigo, así que salí del cuarto en el que me encontraba y fui directo al jardín, ahí estaba él, tu cachorro, tu hijo, una copia perfecta tuya, pero en color beige, con los mismos ojos, así que imaginé por un momento que eras tú, me recosté a su lado y lo abracé, porque solo quería abrazarte un poco más, un poquito más, unos minutos más.
Para Boss, un labrador negro que lleno mi ropa y mi corazón de pelos.
Increíble, me gusta bastante la forma en que logras expresarte y transmitir esas emociones a cada uno que lee lo escrito.
Muchísimas gracias, espero que lo hayas disfrutado mucho.