by Lauren A. Altamira.
Hay formas suaves de estar.
Maneras prudentes de amar, de entregarse solo lo necesario, de retirarse sin hacer ruido.
Hay personas que saben medirse con precisión, que se dan con cuidado, como quien riega una planta sin mojarse las manos.
Yo no.
Nunca supe querer a medias.
No sé caminar con distancia emocional.
No sé callarme lo que siento.
No puedo mirar a alguien sin que algo dentro de mí quiera quedarse.
No puedo estar sin darlo todo, aunque no me lo pidan.
Nunca aprendí a irme sin dejar partes mías atrás.
Tampoco supe cómo ser indiferente, cómo fingir que nada me toca.
Lo que me duele, me atraviesa.
Lo que me importa, me quema.
He vivido acompañada de mis propias tormentas.
He hecho hogar en mis silencios.
Estoy acostumbrada a resolverme sola, a abrazarme cuando todo lo demás se derrumba.
No porque sea fuerte por naturaleza, sino porque aprendí a no esperar que alguien lo hiciera por mí.
A veces me convierto en un caos para los que me rodean, porque lo que siento por dentro lo empuja todo hacia afuera.
Mis emociones no entienden de pausas ni de filtros.
Y por eso, muchas veces, mis problemas personales se desbordan sin permiso.
No por falta de amor, sino por no saber cómo contener lo que hiere.
Estoy hecha de cicatrices que no se ven y de memorias que me habitan sin avisar.
Y aunque el ruido por dentro sea constante, he aprendido a seguir caminando con dignidad, a ser abrigo para mí misma, a estar incluso cuando el mundo se aleja.
No me interesa parecer perfecta, ni fuerte todo el tiempo.
Me basta con ser honesta conmigo misma.
Con no fingir liviandad cuando llevo peso dentro.
Con aceptar que no todo el mundo entenderá esta intensidad que a veces me hace sentir demasiado, pero también me ha salvado la vida.
No busco aplausos ni comprensión ajena.
Solo quiero ser fiel a lo que soy, sin avergonzarme.
Sin pedir disculpas por sentir de más.
Sin esconder la profundidad con la que vivo cada cosa.
Y por eso, llevo tatuadas frases en la piel.
Frases que no son bonitas, pero son mías.
Frases que me recuerdan a las personas que me rompieron, pero que amé con fuerza en su momento.
No las borro.
No las olvido.
Porque en cada una de ellas aprendí algo que me hizo más real.
Siempre me he tatuado cuando algo está mal en mi vida o aprendí una lección que no debo olvidar, y llevar el aprendizaje tatuado en la piel es constante de recordatorio de no repetir lo que no debiste permitir en primer término.