Desde las primeras horas del 9 de febrero de 1913, Horiguchi Kumiachi, un funcionario de la embajada japonesa en México, se enteró de que el plan de Victoriano Huerta era acabar, no solo con la vida del presidente Francisco I. Madero, sino también con la de toda su familia.
Siendo este japonés amigo del mandatario mexicano, corrió a buscarlo para armar un plan a fin de protegerlo a él, a su esposa Sara, a sus padres, y a cualquier otro Madero, sin embargo, no lo localizó. Pero sabiendo que el tiempo les jugaba en contra, el nipón tomó una decisión.
Sacó de su casa en la colonia Roma a la esposa, padres y demás familia del presidente para llevarlos a la embajada japonesa y ponerlos fuera de los planes homicidas de Huerta. Horas después Horiguchi Kumiachi, por cierto, descendiente de una auténtica familia de samuráis, se puso en contacto con Francisco I. Madero para decirle que su familia estaba bajo su resguardo.
Los próximos días serían caóticos. La familia del presidente, con excepción del presidente mismo, ocuparía habitaciones de los funcionarios japoneses, mientras que éstos dormirían en sillones, pasillos o los autos, todo para que los seres queridos de Madero estuvieran cómodos y no se atormentaran tanto por toda revuelta que estaba ocurriendo afuera.
Al exterior de la embajada hay cañonazos, balazos, además de una población enfurecida y confundida que culpaba al todavía presidente Madero por la ola violenta.
Poco tiempo después, en la embajada, tanto los amigos japoneses, así como la familia Madero se enteran del encarcelamiento de Francisco I. Madero. Con Victoriano en el poder, Horiguchi se preocupa aún más de sacar a la familia Madero del inmueble y ponerla a salvo, sobre todo porque saben que existe un plan para acabar con todos los Madero.
El funcionario nipón consigue entrevistarse con Huerta para pedirle garantías de no invasión a la embajada. Victoriano niega tal intención, pero le recuerda que los habitantes están enfurecidos con Francisco I. Madero, y que éstos sí podrían ir por la familia del mandatario; el japonés entiende la amenaza entrelíneas.
Horiguchi Kumiachi regresa a la embajada para pedir a sus colaboradores que convoquen a toda la comunidad japonesa en México para proteger a la familia de Madero. A las pocas horas llegan decenas de japoneses, armados con lo que tenían: pistolas, rifles, palos e incluso katanas, sí, las armas cortantes tradicionales del país del sol naciente.
Al menos 40 de ellos, con sus sables en mano, montan guardia en la puerta para evitar que alguien se acerque. Una multitud enfurecida trata de ingresar a la sede nipona, otra más incendia la muy cercana casa de los Madero, al enterarse de esto Sara sube a la azotea de la embajada y suelta en llanto al ver su hogar en llamas. La turba que está abajo empieza a lanzarle a la mujer piedras e insultos.
Horiguchi Kumiachi llega al techo de la embajada y envuelve con la bandera japonesa a la esposa de Madero, siendo éste un claro mensaje de que el gobierno de Japón estaba protegiendo a la familia Madero.
Tras el asesinato de Francisco I. madero, y aún con la tensión por la posibilidad de que la familia del mandatario sea asesinada, Kumiachi acompaña a Sara y demás familia hasta el Puerto de Veracruz para partir rumbo a Cuba, y de ahí a Estados Unidos, en donde vivirían varios años. Sin embargo, el presidente Francisco I. Madero y el vicepresidente José María Pino Suarez serán victimizados por sus verdugos.
Una nueva etapa llegará a México, la contrarrevolución.