Pachuca de Soto.- El obvio feísmo de las instituciones contemporáneas suponen un reto para cualquier creador que pretenda dotar de magnetismo a una obra que pretenda abrigarnos con una trama intrincada. Esto no resta genialidad a las maquinaciones ideadas por Umberto Eco, pero el viaje hasta el siglo XIV allanó el camino para que Jean-Jacques Annaud alcanzase la gloria con ‘El nombre de la rosa’ (1986). Quien intentase adaptar la novela de Robert Harris en la que la actual Iglesia Católica, con sus apolilladas pero aún no clásicas estancias como burocráticos fondos diarios, sirve como eje central de un relato que pide a gritos el abrazo de un entrono más sugestivo, podría haber tenido todo esto en cuenta y haber huido del proyecto. Por suerte para todos, a Edward Berger le ha dado todo igual.
El alemán, que hizo historia al ganar cuatro Premios Oscar con su ‘Sin novedad en el frente’ en 2022, comienza ‘Cónclave’ con la obligada muerte del Sumo Pontífice, inesperado suceso dentro del Vaticano que da inicio a la folclórica parafernalia con la que los cardenales de todo el mundo decidirán, durante un encierro que les separa (más) del mundo exterior, quién es nombrado nuevo jefe de la Iglesia romana. Es en estas circunstancias cuando conocemos a Lawrence, impuesto director de ceremonias al que da vida Ralph Fiennes en el que puede que sea uno de los papeles más atractivos de su vida.
Durante las casi dos horas de metraje, Berger salva la falta de encanto del presente con la perenne presencia de Fiennes, acercando la cámara al actor cuando el escenario no puede ofrecer demasiado y alejándola solo cuando el espacio es lo suficientemente grande como para aportar geométricas simetrías que vistan de magnificencia la falta de trascendencia.
Estos trucos, eficaces gracias a la composición de un intérprete que se sabe fundamental, no solo visten el entorno, sino que engalanan esta fiesta de intrigas eclesiásticas, traiciones cardenalicias y pecados capitales, disimulando por el camino los flecos más pobres de un guion que, a ratos, está cerca de venirse abajo. Nada que no pueda arreglar una mirada furtiva de Isabella Rossellini vestida de monja. ¡Demos gracias a Dios!