Cuando era niño juraba que alguien me miraba cuando dejaba la puerta abierta de mi cuarto, y es que realmente si lo piensas, ¿qué niño no ha tenido esa sensación de ser espiado al dormir? Porque realmente no puedo ser el único, aunque digas que no, sé que estás mintiendo.
Volviendo al tema principal de esta historia mágica, te cuento que fue lo que pasó.
Durante semanas había estado soñando con una hormiga gigante que me venía a comer y después se transformaba en una mujer horrible que tenía esas pinzas extrañas con las que comen las arañas, sinceramente creo que nunca se me había erizado tanto la piel cómo cuando al despertar pude notar una sombra pidiéndome que me acercará de una manera tan lenta que pude sentir cada músculo de mi cuerpo contrayéndose y haciéndome sentir como si el oxígeno hubiera desaparecido del ambiente.
Solté un grito tan fuerte que mi madre no tardó en venir corriendo a la habitación, encendiendo cada luz a su paso mientras se acercaba, y con la luz, desapareció la sombra. Aún recuerdo sus palabras de consuelo mientras sentía sus brazos amorosos rodeándome, tal parecía que mi madre podía sentir mi dolor y terror, porque no había lugar más perfecto para sentirme tranquilo que entre sus brazos.
Aunque eso no duró mucho, ¿por qué? Porque mi padre optó por decirle que debía ser un hombre valiente que pudiera lidiar con sus pesadillas y con los sueños que se creaban en mi imaginación, aunque yo sabía que no era cosa de mi mente, sabía que esa cosa horrorosa terminaría viniendo por mí y yo me quedaría tendido en mi cama, frío y sin vida.
Y si lo piensas un poco, ¿cómo es que un niño de tan solo ocho años podía pensar en morir? Bueno, pues no sabía que era la muerte, y sinceramente tampoco quería descubrirlo. Pero aun así podía sentir como si todo el terror que sentía al verla en mi puerta fuera suficiente para sofocarme y ahogarme mientras me sujetaba del cuello a lo lejos.
Fue después de días sin dormir, en el que mi madre me encontró con ojeras casi moradas y con una lámpara apuntando a la puerta, que decidió ignorar las palabras de mi padre y ayudarme de alguna manera en la que pudiera, y si bien, no teníamos el dinero suficiente para hacer algo como ir al doctor o un especialista en pediatría, mi madre encontró la forma adecuada.
Lo recuerdo como si fuera ayer.
Caminamos por las calles del centro del pueblo hasta encontrar la tienda de antigüedades, cada de una de las cosas parecían haber pasado mil años guardadas y con una cantidad de polvo extrema que me hizo estornudar más de una vez mientras mi madre platicaba con la dueña, que ya era una viejita demasiado viejita.
-Necesito algo que le ayude a dormir, no sé si tenga un juguete o peluche que pueda ser… barato-escuché a mi madre decir con vergüenza.
La señora le tocó el hombro como si entendiera exactamente a lo que se refería y nos llevó a la parte en la que había muñecas espantosas de porcelana que parecía que me saltarían encima. Me enredé en la muñeca libre de mi mamá y ella me miró con una sonrisa que podría iluminar el mundo entero. Al final llegamos a los peluches, y todos parecían tan viejos, tan usados que fruncí mi rostro y me puse detrás de mi madre, negando con la cabeza múltiples veces.
Seguimos caminando mientras yo cada vez me sentía más cansado, la tienda era tan grande que estaba seguro nos perderíamos, era un laberinto completo de columnas de metal en las que las luces parpadeaban constantemente y parecía cada vez más oscuro todo.
Al final llegamos a un escaparate de cristal que contenía por lo menos diez osos de peluche, y leones y toda clase de animalitos hechos con retazos, y aunque mi madre me sugirió que eligiera uno, yo solo podía mantener mis ojos en una especie de peluche con mucho pelaje de colores naranjas y amarillos que tenía unos colmillos que alguna vez debieron ser blancos que ahora parecían algo desgastados, y además de todo, tenía unos cuernitos y orejas puntiagudas que apuntaban hacia el cielo.
Más tarde en casa me encontraba en mi habitación con mi peluche nuevo, un mounstro esponjoso, pero temible, tierno, pero protector. Era mi protector, lo había decidido, no había manera más perfecta de pasar la noche que con un peluche guerrero, su nombre era “Ennu”.
Cuando llegó la noche mi madre me dio mi beso de buenas noches, y le dijo a Ennu que me cuidará, me acomodé en poco tiempo y me quedé dormido. Claro que a mis padres les sorprendió que no gritará por la noche y durmiera todo el tiempo que no hubo luz sin problema.
Pronto me vi llevando a Ennu a todos lados conmigo, incluso intenté llevarlo conmigo al colegio cuando acabaron las vacaciones, y por supuesto que no sucedió, nadie podía llevar juguetes a la escuela, así que, al llegar siempre del horario de clases, comía, hacía mis deberes y procedía a jugar con Ennu en el pequeño jardín que teníamos en la parte trasera de nuestra casa.
Todo parecía un sueño hecho realidad, un verdadero milagro.
Y lo era, hasta que en una fiesta familiar tomé demasiado refresco y no podía dormir al llegar la noche, mamá había dicho que podía pasar por la cantidad extrema de azúcar, pero la verdad es que no pensé nunca que fuera verdad, así que ahí me encontraba, dando vueltas en la cama, no me acomodaba recostado de lado, por lo que opté por dejar a un lado a Ennu y cerrar los ojos, intentando por décima vez, dormir.
El rechinido de la puerta al abrirse lentamente resonó en mis oídos, y puedo jurar que sabía que el peligro se acercaba, pronto apreté a mi almohada mientras me giraba y le daba la espalda a la entrada de mi cuarto, podía ver una sombra acercándose a mí cada vez más por el reflejo de la luz lunar.
Sentí su respiración en mi oído y una especie de sonido de cuando tienes mucha saliva y tienes que tragarla, pero haces mucho ruido, me encogí en mi lugar, diciéndome que no era real, que no era más que mi imaginación. Hasta que sentí su garras afiladas y frías en mi brazo descubierto, estaba por gritar cuando escuché una voz chiquita pero fuerte.
-Hey tú, zopenco, suéltalo o te las verás conmigo.
Me quedé quieto, con los ojos abiertos de par en par, si miraba un poco más abajo podía ver desde el ángulo del espejo a la sombra mirar desde el pie de la cama justo al lado de mí, pero ahí no había nada.
-¿No has entendido lo que te he dicho o qué? —escuche de nuevo.
La sombra estiró sus garras hacia mis pies y entonces pude ver a una cosa peluda saltar hacia la sombra, y mientras más se acercaba a ella se hacía un poco más grande, hasta volverse prácticamente mi tamaño, y vaya que yo no era muy alto. Me giré confundido sin saber que pasaba, y entonces pude mirar de mejor manera. De la sombra negra colgaba una figura peluda de color gris que enterraba sus dientes en un brazo de aquella maldad, la sombra chillaba e intento quitárselo sin éxito, la figura peluda salto directo a su cabeza y de una mordida en el cuello la sombra desapareció con un destello de luz, como si nunca hubiera estado ahí.
La figura peluda cayó a la cama con suavidad y redujo su tamaño hasta unos 20 centímetros, y entonces lo vi, Ennu caminaba hacía mi con una sonrisa y me saludaba con su pequeña mano.
No podía creer lo que veían mis ojos.
-Me has descubierto— dijo riendo, sus colmillos sobresalieron y yo sonreí. – Tranquilo, ya se ha ido, ya puedes volver a dormir.
Ese fue el día en que descubrí que Ennu me había estado protegiendo de esa manera durante mucho tiempo, luchando contra las sombras cada noche. Me contó que todos los peluches tenían una misión, y esa era proteger a sus niños de cualquier peligro que los acechará por las noches. Eran unos guerreros creados por manos mágicas que alguna vez perdieron a su niño al llegar la noche, las sombras acechaban a los niños por ser almas puras, por lo que una mujer con mil formas al perder a su pequeña decidió crear una salvación.
Aún después de 32 años puede recordar a Ennu en su estado de combate.
Cuando tuve mi hija, le conté sobre Ennu, y como su labor había sido protegerme cada noche, evitando mencionar a las sombras por supuesto. Así fue que heredó a mi peluche de la infancia, y se convirtió en su compañero, y sé que hasta que mi preciosa hija sea una adulta, él estará ahí para protegerla cada noche.