Muchas veces creemos que la soledad es una enemiga que tenemos que evadir a toda costa, y tal vez, si deberíamos hacerlo, porque el sentimiento de que te abraza de una manera tan penetrante, que no te suelta y te consume poco a poco hasta que te deja en un estado increíblemente letárgico es abrumador.
Y es que es como si te envolviera, mientras te aprieta cada vez y no te dejará respirar, o por lo menos, eso era lo que yo sentía, y si, por más que intentaba contarle a la gente como me sentía, buscaba ayuda en la gente que pensaba que me apoyaría, descubrí que realmente, nadie estaba de la manera que yo estaba esperando que estuvieran.
Todos me decían continuamente que pasaría, que aprendería, y que solo había una forma de sentirme bien, y esa era aceptar mi soledad. Pero yo odiaba a la tan llamada Soledad. La odiaba por haberme alejado del calor de mi familia, por hacerme que me quedará en silencio durante las tardes que llegaba a casa. Por haberme hecho creer que era buena y que era lo que yo quería.
La soledad y yo, éramos como el agua y el aceite, era como si ella fuera el dragón y yo fuera un soldado con una espada minúscula que evidentemente no iba a poder herirla ni alejarla ni un poco. Fue entonces que entro la ansiedad, la desesperación y el miedo a acompañarla. Pensé en largarme de aquí y volver con mi familia. No tenía a nadie aquí, no había nadie conmigo, y sinceramente, no existía la motivación suficiente para quedarme en esta ciudad que me comía sin importarle mi pasado.
Pronto la cama dejo de ser apetitosa para dormir, la música dejo de llenarme el alma de luz, y sé que te preguntarás, ¿Y tú familia? Bueno, mi familia tenía su vida, y sinceramente no es como que quisiera estarles diciendo que su confianza y apoyo en mí habían sido para nada.
¿Para qué les diría que yo un ser débil que consiguió fingir que era lo suficientemente fuerte había fracasado a causa de la inhóspita soledad? No, porque también contaba con un gran orgullo que suele apuñalarme la espalda debes en cuándo.
Fue entonces cuando opté por clavarme con mis propias manos una daga en el pecho que me perforará hasta que la punta saliera por el otro lado de mi cuerpo, y decidí ver el mundo gris, y decidí llorar cada noche posible mientras mi soledad me abrazaba y yo la abrazaba a ella.
Así fue que comenzó nuestra amistad.
No sé qué día fue, no sé cómo fue qué sucedió, pero lo que si sé, es que un día nos vimos de frente, y la vi del mismo tamaño que yo, con la misma cara, mismos gestos, mismo tamaño, no había manera de diferenciarnos, nos miramos con una intensidad, con la que nadie mira, más que a la persona que más ama.
Nos habíamos encontrado, cara a cara, y no podía sentirme más seguridad de que éramos un solo ser humano, una sola alma.
La envidiaba de manera intensa por sentirse tan segura de sí misma, siempre que la inseguridad me invadía ella permanecía brillante, incluso en la oscuridad más pura.
Hacía reír a la gente con los chistes más tontos y menos pensados en el mundo, pero, sobre todo, estaba sola, y se veía tan tranquila, que a veces solo quería tomarla de los hombros y gritarle.
Al comienzo me ignoraba, como si de verdad yo no fuera nadie importante, la veía con el ceño fruncido todo el tiempo, esperando a que sintiera mi mirada y se diera cuenta de que simplemente la odiaba. Y si, la odiaba. Pero el odio paso a segundo término cuando un día la encontré mirándome de reojo, por encima de ese libro que siempre llevaba con ella.
¿Qué quieres? Me pregunté, pero no conseguí respuesta ni por mi propia mente.
Pronto Soledad me sonrío, e increíblemente, yo le sonreí de regreso, era curiosa la forma en que nos comunicábamos, no había palabras, no había muestras de afecto, no había señas, simplemente sabíamos que era lo que el contrario quería, y lo hacíamos, Soledad y yo, ¿en… amistad?
Con el tiempo entendí que Soledad era la única que estaría para mí siempre, y que si un día no me encontraba en compañía de nadie, o me alejaba de las personas, o me abandonaban, Soledad me estaría esperando, tal y como siempre lo estuvo, tal y como lo está, tal y como siempre lo estará.