¿Alguna vez has pensado si en realidad existen los ángeles caídos?
Esos que por sus pecados y la tentación fueron castigados. Ahí me encontraba yo, me había decidido a dejar la ciudad para poder escribir algo que pudiera publicar en una editorial y no en un sitio web. Había estado caminando con mi perro Boss por el bosque, las hojas tronaban cada vez que dábamos un paso, la tierra estaba ligeramente húmeda por la lluvia de antier, y el sol del amanecer se dejaba ver un poco borroso por la niebla. Un gemido de dolor se escuchó en la lejanía y de inmediato mi mascota salió disparada por entre los árboles, grité que se detuviera, pero no lo hizo, así que corrí detrás de él. Mi respiración estaba agitada y yo me paraba cada diez metros a tomar un poco de aire, recargando mis manos en las rodillas para descansar, sus ladridos me guiaron y yo sinceramente estaba sumamente preocupada por él. Conforme avanzaba note que había unas enormes gotas de sangre, pensé que estaba herido, que debía llevarlo al veterinario del pueblo, pero al llegar a unas rocas cerca del río divise su colita negra moviéndose con energía, no podía estar herido si la movía a esa velocidad. Camine con más calma hacia él, el sonido del río era relajante, así que me acerque con toda confianza mientras mis botas se hundían en el fango. Recuerdo con toda perfección su rostro de cansancio y dolor, unas gotas gruesas de sudor le cubrían el cuerpo desnudo mientras intentaba cubrirse con sus brazos por el frío que hacía fuera, era sumamente hermoso, su cabello negro como el carbón y sus ojos miel destellaban un llamativo color dorado. Tomé a mi perro del collar y lo jalé hacia abajo para que se acostara, él ladró de nuevo y se quedó echado en el fango en silencio. Me miraba curioso, pero se notaba el miedo en su mirada, en mi memoria aún queda que alce las manos en señal de que no haría nada contra él y una corriente fuerte de aire me golpeo la espalda, como si algo quisiera que me acercara, así lo hice. Estaba en cuclillas, así que hice lo mismo y lo ofrecí mi mano, pareció dudar, incluso yo lo hice, pero cuando puso su mano sobre la mía pude sentir una paz inimaginable, él me miro con una sonrisa, descubrió su cuerpo y se puso erguido. Un hombre alto y guapo, cuerpo musculoso, lleno de golpes y demasiados cortes, me quedé sin palabras, así que solo le señale el lugar por el que había venido y él asintió con la cabeza, cuando se dio la vuelta pude ver dos enormes y profundas heridas en la espalda, como si le hubieran arrancado algo, o lo hubieran quemado. Conforme avanzábamos los pájaros cantaban más fuertes y volaban a su alrededor, las ardillas asomaban sus cabezas y rascaban la madera con sus pequeñas patitas, mi perro caminaba a su lado y nunca lo había visto tan feliz, jadeaba con ganas y debes en cuando corría a su alrededor. Entramos a la cabaña y me permitió limpiar sus heridas, gemía de dolor de vez en cuando y enterraba sus dedos en el sillón, me disculpé centenar de veces y él solo asentía para que siguiera. Cuando termine fui a mi cuarto, abrí el closet de madera que rechino y volví, le di un poco de ropa que mi padre había dejado aquí antes de fallecer, la acepto con gusto, fue a vestirse y cuando regreso me tomo de la barbilla con delicadeza, con la otra mano acaricio mi cabello castaño y yo lo mire totalmente embalsamada por su belleza. Acerco su rostro al mío, tanto que su aliento fresco chocaba con el mío, escuche a mi perro aullar justo cuando me beso, con fuerza y deseo, con lujuria y emoción. Cuando abrí los ojos estaba sola y ya había anochecido, mi perro estaba sentado frente a mí, movía su cola sobre la madera, haciendo un sonido como si alguien estuviera barriendo, en el sillón aún permanecían los algodones llenos de sangre y junto a ellos una hoja de papel con un lapicero a su lado, me acerqué lento y leí lo que decía: “No te puedo decir mi nombre, pero soy un ángel desconocido para los humanos, ahora un ángel caído, agradezco tu ayuda y espero algún día volverte a ver”. Nunca nadie me creyó lo que viví y aún no lo he vuelto a ver.