La batalla de Puebla marca el inicio de una intervención, que a pesar de no ser nada nuevo en el México independiente, esta vez la nación, se enfrentaba al mejor ejercito del mundo, el francés. Cabe señalar que la gloria fue efímera pues al año con más pertrechos los franceses dieron la contraofensiva y entonces irremediablemente se perdió la plaza; sin embargo se recuerda como una pagina más en la historia de México esta hazaña la cual permitió dilucidar varios aspectos que formaron a México y que actualmente el país recuerda:
1.- Gracias a la batalla de Puebla Porfirio Díaz poco a poco se fue encumbrando hasta llegar a ser un gran general que marcaria los destinos de México.
2.-Zaragoza a pesar de haber nacido en Texas, se había disciplinado e instruido en México lo cual hace pensar que no todos los texanos antes de la perdida de ese territorio fueron desleales a este país.
3.- Juárez siempre tomo como bandera la batalla de Puebla para sus propios fines, de esta manera logra reelegirse sin menoscabo, a pesar de que ingenuamente piensa que fue más el triunfo de la ley que el de las armas el que venció a los franceses.
Amaneció el 6 de mayo de 1862 como si la victoria contra los franceses hubiera sido un sueño. Zaragoza tomó con cautela el triunfo en Puebla, reorganizó a sus tropas y esperó el movimiento del enemigo, creía en la posibilidad de un nuevo ataque del ejército de Napoleón III. Los tres días siguientes transcurrieron en angustiosa calma; el ejército de Oriente recibió refuerzos de Guanajuato; se reiniciaron los trabajos de fortificación de Puebla; las tropas continuaron recogiendo cadáveres que fueron quemados para evitar una epidemia, Zaragoza solicitó parque para la artillería y la infantería y puso especial atención en la posición que mantenían los franceses, acantonados a pocas leguas de Puebla que de vez en cuando hacían sentir su presencia con algún disparo de su artillería.
Pocos días después de la victoria en la batalla del 5 de mayo, el Congreso decretó la creación de condecoraciones para honrar a los que combatieron en Puebla. La medalla era muy sencilla, debido a la escasez de recursos, pero contenía en ella el agradecimiento de toda la república.
El 8 de mayo, Zaragoza telegrafió al presidente Juárez: “El orgulloso ejército francés se ha retirado, pero no como lo hace un ejército moralizado y valiente.
Nuestra caballería los rodea por todas partes. Su campamento es un cementerio, está apestado y se conoce, por las sepulturas, que muchos heridos se les han muerto”.
En su telegrama, el general agregó: “Recursos pecuniarios, señor presidente, para no esterilizar nuestro triunfo”.
Zaragoza puso el dedo en la llaga; a partir de ese día no hubo mensaje en que no solicitara apoyo económico para sostener al ejército y perseguir a los franceses. El ejército de Oriente no tenía un quinto.
Zaragoza no había querido recurrir a préstamos forzosos y en Puebla nadie estaba dispuesto a otorgar un solo peso.
A pesar de la precaria situación económica, el júbilo del gobierno era mayúsculo. El 7 de mayo, el Congreso decretó que Zaragoza, sus oficiales y todos los soldados que habían “sostenido el honor y la independencia de la República” en las jornadas del 28 de abril en cumbres de Acultzingo y el 5 de mayo en Puebla, “merecían el bien de la patria”.
Días después, el Congreso creó dos condecoraciones para reconocer el mérito de los combatientes. Ambas señalaban: “La República Mexicana, a sus valientes hijos”, y la del 5 de mayo además agregaba: “Triunfó gloriosamente sobre el ejército francés delante de Puebla”.
En las páginas de los periódicos, en los discursos cívicos, en los manifiestos se leían toda clase de elogios: “Dios ha protegido la causa de la justicia”; “los modestos soldados del pueblo mexicano han conquistado un laurel inmarcesible”, “el ejército ha sido el primero en vindicar para con la Europa el buen nombre de la Nación, cuyo honor está ya asegurado sean cuales fueren los ulteriores acontecimientos”. Pero con palabras no se llenaban las arcas de la nación y si bien la moral del ejército mexicano se mantenía elevada, era necesario asestar un nuevo golpe a los franceses.
Zaragoza no se rindió al culto a su personalidad, continuó haciendo esfuerzos sobrehumanos para sostener al ejército, fortificar Puebla y preparar la ofensiva sobre los franceses, pero la escasez de recursos, las divisiones políticas al interior del gobierno y las envidias entre otros generales impidieron cerrar filas contra los franceses.
Zaragoza falleció el 8 de septiembre de 1862, no pudo presenciar cómo un año después de la heroica jornada, la ciudad de Puebla cayó en manos invasoras y su victoria se convirtió en un triunfo efímero.