Llego la hora señalada este domingo será una lucha sin cuartel en las urnas para elegir nuevo gobernador en Coahuila y en “la joya de la corona” el estado de México. ¿Quién ganará? Espero que la razón, la prudencia, la unidad y sobre todo los mexicanos, sin distingos de divisiones, colores o creencias.
Basta echar una mirada al pasado y analizar que la historia electoral de México no es en absoluto fácil, pareciera que hacemos del modus vivendi político una serie de fraudes, muertes, levantamiento de armas, amenazas, etcétera.
En la historia de la democracia mexicana la primera mitad del siglo XIX estuvo cubierta con el manto de la inexperiencia. Tres siglos con una estructura política monárquica y antiliberal poco ayudó a la rápida consolidación de la novedosa -para los mexicanos- forma de gobierno señalada en el artículo 5º de la Constitución de 1824: “república representativa, popular y federal”. En gran medida el siglo XIX se vio envuelto en serios problemas buscando afanosamente una forma de gobierno idónea entre las disputas de conservadores y liberales que buscaban, cada uno según sus creencias, lo mejor para México.
Hoy se sabrá si los mexicanos estamos preparados para enfrentar los retos de una democracia sólida y madura o seguimos careciendo de una conciencia política.
En la historia de México han existido contiendas verdaderamente difíciles y complicadas en las que el robo de urnas, muertes y corrupción hacen presencia sin menoscabo. Una de estas contiendas fue la del 7 de julio de 1940 que celebró las elecciones presidenciales para la sucesión del general Lázaro Cárdenas, quien durante su periodo (1934-1940) había llevado a cabo las aspiraciones sociales de la Revolución Mexicana.
La sucesión presidencial era una coyuntura definitoria para el rumbo político y social que seguiría el país en el siguiente sexenio. En ese tiempo, el Partido de la Revolución Mexicana (PRM) era el espacio en donde se negociaban todos los asuntos de índole política, y el presidente de la República estaba en la cúspide del esquema jerárquico de la llamada “familia revolucionaria”, por lo tanto, la decisión de la candidatura oficial de ese año recaía en el general Lázaro Cárdenas.
En julio de 1939 la oposición declaró sus intenciones, y el general Juan Andrew Almazán se postuló como el candidato del Partido Revolucionario de Unificación Nacional (PRUN).
Además, se fundó el Partido Acción Nacional (PAN), un nuevo partido de corte conservador que se pronunció por la democratización del sistema político mexicano, aunque no postuló a ningún candidato.
Dentro del partido oficial había dos figuras fuertes, el secretario de Guerra y Marina, Manuel Ávila Camacho, y el Secretario de Comunicaciones y Obras Públicas, Francisco J. Múgica. Ambos renunciaron de sus puestos en diciembre del mismo año para ser tomados en cuenta en el proceso interno del partido oficial.
La trayectoria de ambos personajes era amplia, pues tomaron parte en la lucha armada revolucionaria y se adhirieron al grupo triunfante; sin embargo, la diferencia estribaba en que el primero tenía una postura de corte conciliador, mientras que Múgica compartía la tendencia social y radical del general Cárdenas.
Las negociaciones al interior del partido fueron ríspidas, y finalmente el presidente y el Congreso se inclinaron por la figura de Manuel Ávila Camacho, quien fue electo oficialmente como candidato por el PRM a la presidencia de la República el 3 de noviembre de 1939.
La campaña presidencial de Ávila Camacho durante toda la primera mitad de 1940 fue intensa, pues su opositor Juan Andrew Almazán alcanzaba cada vez mayor respaldo de los grupos de clase media urbana a los que incluso se sumaron aquellos que se organizaron para formar el PAN, ya que no tenían candidato.
Sin embargo, la postura conciliatoria del candidato oficial contribuyó a que se ganara el respaldo de los empresarios mexicanos, sobre todo los regiomontanos, que vieron en su figura la posibilidad de que la política económica avilacamachista favoreciera sus intereses, a diferencia de la de Cárdenas, que tenía mayor interés por los grupos obreros y los sindicatos.
Finalmente en junio de 1940 la campaña política se dio por terminada y el 7 de julio se celebraron las elecciones. Estas fueron muy complicadas, y son recordadas como unas de las más controversiales de la historia de México contemporáneo, pues se dieron numerosos conflictos, asaltos a las urnas, mítines y algunos enfrentamientos en los que incluso hubo muertos y heridos.
Los resultados electorales favorecieron a Manuel Ávila Camacho, quien obtuvo 2, 476,641 votos (93.89%); Juan Andrew Almazán alcanzó 151, 101 votos (5.72%); mientras que Rafael Sánchez Tapia, que fue candidato independiente obtuvo 9,840 votos (0.37%).
A pesar del amplio rango de diferencia, el candidato Almazán señaló que las elecciones habían sido fraudulentas y los almazanistas amenazaron con levantarse en armas en contra del candidato oficial.
Aunque el respaldo de este movimiento parecía sumamente fuerte, Juan Andrew Almazán resolvió salir del país y se exilió en Cuba y Estados Unidos, desde donde continuó aduciendo el fraude electoral y señaló que asumiría la presidencia el 1º de diciembre.
Sin embargo, al volver al país en noviembre anunció que se retiraba definitivamente de la política.
Finalmente, Manuel Ávila Camacho asumió la presidencia de México para el periodo 1940-1946 bajo el lema de “Unidad Nacional”, que significaba el establecimiento de una nueva política que dejaba atrás el radicalismo de su antecesor, el general Lázaro Cárdenas del Río.
México ha cambiado, se ha fortalecido con novedosas dependencias demócratas que garantizan el sufragio; sin embargo, para mantener este avance en nuestro país debemos ser selectos justo en el momento de elegir a nuestros representantes, tomar conciencia y buscar afanosamente que las garantías que se han logrado permanezcan en el devenir de la historia nacional.
¿Tú lo crees?… Yo también, busquémoslo.