Mucho se ha escrito sobre el grado de intimidad que la emperatriz llegó a tener con el coronel belga Alfred Van der Smissen durante su estancia en México.
Este veterano militar había sido enviado a este país como jefe de las tropas belgas para la protección a la emperatriz. Con su esposo el emperador Maximiliano casi siempre ausente – y sin compartir lecho – Carlota encontró en este hombre a un amigo y confidente.
La emperatriz nunca ocultó las simpatías que sentía hacia su compatriota y hombre de confianza de su padre el rey Leopoldo I. En el castillo de Chapultepec se les vio pasear juntos y navegar en bote en uno de los lagos cercanos.
Cuando en 1866 la emperatriz abandonó repentinamente México rumbo a Europa tenía 26 años y podía estar embarazada de 3 meses. Durante su visita al Vaticano en Roma comenzó a mostrar un comportamiento extraño – creía que la iban a envenenar – y su familia decidió encerrarla en el Castelletto en los jardines de Miramar (Trieste).
Carlota permaneció aislada durante diez meses en esta villa con las ventanas enrejadas hasta el 29 de julio de 1867. Todo lo que ocurrió tras sus muros está rodeado de misterio, pero todo apunta a que por orden del emperador Francisco José de Austria encerraron a Carlota con la excusa de su demencia para que diera a luz en secreto.
Su supuesto hijo, fruto de su relación con el general Van der Smissen habría nacido el 21 de enero de 1867 en Miramar. Se llamó Maxime Weygand y tras su nacimiento se lo arrancaron de los brazos y fue entregado a una mujer en Marsella que lo crío y cuidó de él hasta su juventud.
La presencia de este niño suponía una seria amenaza para el futuro dinástico de los Habsburgo. Maxime creció como hijo de padres desconocidos, pero fue educado en Francia y sus estudios pagados por la casa real belga. Alcanzó el rango de general y tuvo una brillante carrera en el ejército francés.