Un día entendí que no puedes llenar a alguien con amor y atención cuando está vacío y roto. Puedes intentar, claro. Puedes desbordarte. Pero lo que recibirás a cambio será apenas un eco apagado, trozos breves de algo que, por instantes, te harán creer que valía la pena, pero que, al final, solo confirmarán lo que ya sabías desde un principio: que nunca debiste estar con esa persona ni aunque fuera para aprender algo.
La primera vez que me fui, no lo hice con rabia. Fue una partida silenciosa, como se van quienes se cansan de esperar sin que nadie les pida quedarse. No hubo reclamos ni escenas. Solo una pausa larga que se convirtió en distancia, y una distancia que se hizo costumbre. Desde lejos, vi que te dolía. No porque me extrañaras profundamente, sino porque, como todos, te costaba soltar aquello que te había sido fácil tener. Pero seguiste con tu vida, casi con naturalidad, como quien pierde algo sin darse cuenta de que era valioso.
Y entonces volviste. Porque sí, fuiste tú quien volvió. Me buscaste, reapareciste como si no hubieras elegido a alguien más sobre mi, y comenzaste diciendo “¿Por qué no podemos ser amigos y abrazarnos con el cariño que alguna vez nos tuvimos cada que nos veamos?” Y por un momento, solo uno, pude ver en tus ojos a esa persona que una vez me hizo sentir segura, divertida, cómoda. No fue amor lo que sentí en ese instante, fue nostalgia. Fue la memoria disfrazada de posibilidad. Pero la conexión ya no estaba. Esa chispa había muerto en algún lugar entre tus ausencias y mis silencios, entre tus juegos y mis lágrimas.
Aun así, me sentí en confianza. No porque quisieras volver, sino porque yo ya no tenía miedo. Había sanado lo suficiente como para estar cerca sin perderme. Y entonces, justo cuando pensé que todo podría, al menos, transformarse en algo más honesto, supe que hablabas mal de mí. No directamente, claro. Lo hacías con esas medias verdades que disfrazan las mentiras. Lo hacías con la ligereza de quien necesita quedar bien frente a los demás, incluso si eso implica ensuciar el nombre de quien te quiso limpio.
Yo, que había decidido quedarme callada. Yo, que había elegido no contar lo que en verdad pasó, no por protegerte, sino por protegerme a mí del dolor de volver a abrir heridas. Y mientras tanto, tú les hablabas a esos amigos tuyos, los mismos que siempre dijiste que no eran precisamente sabios, pero con los que aún así compartías tus versiones de la historia. Me convertiste en alguien fácil de ganar, cuando solo estaba confiando en tu palabra, que ya confirme, no tiene ningún tipo de valor.
Ahí entendí que sí, que te quise. Que alguna vez me sentí bien contigo, que compartimos momentos que no borraré porque fueron reales. Pero también comprendí que la amistad no es posible cuando se ha roto la lealtad, cuando la confianza ha sido usada como moneda para comprar aceptación de otros. No te odio. No te deseo mal. Pero tampoco te debo sonrisas ni saludos fingidos. No me pidas cordialidad cuando no pudiste ofrecerme respeto.
Ahora tengo a alguien. No es perfecto, ni busca serlo. Pero es constante. No desaparece ni se escuda en el silencio. No teme preguntar cómo estoy, ni se asusta cuando le digo que me importa. Me hace reír con cosas simples y me escucha cuando me callo, me limpio lágrimas y me abrazo cuando no podía sostenerme. Y aunque no ha prometido quedarse para siempre, está hoy, y está bien. Porque con él no hay dudas disfrazadas de libertad, ni juegos escondidos tras la excusa del miedo al compromiso, todo es sinceridad y honestidad.
Me importa. Me hace sentir bien. Nunca me ha fallado. Y por él me jugaría el corazón, porque me ha demostrado que se puede querer sin destruir, sin confundir, sin desaparecer cuando las cosas se vuelven reales. Esa persona ya no eres tú.
Y, qué bonito, después de tanto tiempo, es sentir paz. Paz de verdad. Esa que llega sin ruido, sin expectativa, sin esa ansiedad que me comía por dentro cada que no respondías, cada que te alejabas sin decir por qué. La paz de no estar esperando nada de ti. La paz de no necesitar venganza ni explicaciones. Y más bonito aún es volver a sentir, de nuevo, por alguien, lo que creí que tú habías roto para siempre.
Así que no me busques. No otra vez. No con esas palabras que ya no me mueven. No con esos ojos que ya no saben mirarme. No con esa sonrisa fingida que sonríe para atraparte y no por sinceridad. Porque ahora, por fin, me tengo a mí y me soy más feliz sin ti cerca de mi. Y eso es mucho más de lo que pensé que alguna pasaría entre tú y yo, el olvido dentro de la paz, de la que no te quiero, no te necesito, y no quiero saber de ti.
Eres todo lo que no quiero en mi vida, y eres todo lo que no quiero ser nunca.