Este 21 de mayo se cumplen ciento cuatro años de la muerte de Venustiano Carranza en aquella comunidad de la sierra poblana llamado Tlaxcalantongo. Sin duda existen personajes que son un baluarte en la vida de un pueblo, son imborrables las hazañas y logros que éstos han dejado como legado a seguir.
Si en la historia de México existió un personaje que se ganó un lugar en el panteón de la historia patria fue sin duda Venustiano Carranza. Verdadero conocedor de la historia nacional, busco a toda costa emular a los próceres del pasado –con mayor fijación por Benito Juárez- con la finalidad de trascender.
Coahuilense igual que Francisco I. Madero, conocedor ampliamente de las azarosas voluntades de los seres humanos, intuyó –sin equivocarse- que su tiempo de volverse protagonista de la historia nacional había llegado y justo a tiempo en plena revolución.
Reiteradas ocasiones lo dijo: “Más sabe el diablo por viejo” y efectivamente había vivido, escuchado y leído mucha historia. Conocer la historia nacional le dio un gran sentido a su vida, hizo de la historia un manual para su vida cotidiana. El hombre de Coahuila era prácticamente una “enciclopedia aplicada de historia de México”, según su fiel colaborador, Luis Cabrera.
Aunque Carranza apenas había viajado al extranjero su inmovilidad la había suplido con una nada despreciable biblioteca, le gustaba mucho estudiar historia francesa y de México su periodo histórico que tocaba las fibras más sensibles y profundas de su pensamiento fue la “gran década nacional” (1857-1867), periodo en donde la Reforma había sido fundamental para la consolidación del estado mexicano.
Venustiano Carranza, quien encontró en la figura de Benito Juárez, su alter ego. Desde que tomó el control de la revolución Constitucionalista, se vio a sí mismo como un nuevo Juárez. Ejercía el poder como el propio don Benito. Como el hombre de Oaxaca, con sus amigos se mostraba frío e impasible, frente a sus enemigos implacables.
Lo movía la historia y el sentido de sus decisiones solo tenían lógica a la luz de su profundo conocimiento del pasado.
Le llamó “constitucionalista” al ejército que formó para combatir a Huerta, del mismo modo como don Benito le había llamado al suyo durante la guerra de Reforma. Ambos persiguieron el mismo fin: restablecer el orden constitucional.
En su ruta juarista, en mayo de 1913, Carranza puso en vigor la añeja ley del 25 de enero de 1862, expedida por Juárez, para juzgar a los traidores de la patria, con la cual habían sido juzgados Maximiliano, Miramón y Mejía en 1867. El Primer jefe la utilizó para combatir a los enemigos de la revolución.
Cuando los revolucionarios comenzaron a devorarse entre sí, a partir de noviembre de 1914, el Primer jefe siguió las enseñanzas de Juárez y marchó a Veracruz -como lo hizo don Benito durante la guerra de Reforma-. Y si desde el puerto, Juárez había lanzado las leyes de Reforma, ¿por qué Carranza no? Y lanzó una importante ley agraria el 6 de enero de 1915.
Luego de la victoria del constitucionalismo sobre villistas y zapatistas (1915) –al igual que Juárez, desde el puerto don Venustiano había derrotado a sus enemigos-, Carranza designó Querétaro como “residencia accidental del Gobierno” y la ciudad se preparó para albergar al Congreso Constituyente. Sus razones no podían ser más históricas:
“Al haberme fijado en Querétaro, es porque en esta ciudad histórica, en donde casi se iniciará la Independencia, fue más tarde donde viniera a albergarse el Gobierno de la República para llevar a efecto los Tratados [de Guadalupe-Hidalgo], que, si nos quitaban una parte del territorio, salvarían cuando menos la dignidad de la Nación; y fue también donde cuatro lustros después se desarrollaran los últimos acontecimientos de un efímero imperio al decidirse la suerte de la República triunfante”.
La historia fue su religión cívica y hasta en los últimos momentos de su vida, recurrió a ella. La noche en que cayó asesinado, tuvo tiempo para evocar el pasado: “Digamos como Miramón en Querétaro: “Dios esté con nosotros las próximas veinticuatro horas”. Al final de la jornada la muerte lo esperaba, era un 21 de mayo del año 1920, entregó su vida con la dignidad de quien se sabe protagonista de la historia. Como corolario se puede escribir que Carranza, sabiendo de antemano que pasarían a engrosar los libros de historia, tanto su nombre como sus hechos, siempre trato de ser intachable en su actuar diario, formándose como un “patriarca” de la nación mexicana.
Aquel viejo tenaz había ejercido una severa e inteligente paternidad sobre la revolución ¿Tú lo crees?… Yo también.