Ridley Scott (1937) es un excelente director y cuenta en su haber con algunos de los filmes que han marcado las últimas décadas es una realidad incuestionable. Algunos títulos como Alien (1979), Blade Runner (1982), Thelma y Louise (1991) o Gladiator (2000) le avalan.
En este año surge una nueva entrega de este aclamado director: “Napoleón” una cinta que está en cines y puede ser mirada como una opción en estas fechas. Sin embargo, ¿qué es cierto y qué es fantasía en esta cinta?
Es evidente no se trata de un documental, y por lo tanto se puede adaptar el relato a las necesidades del espectáculo, pero no es menos cierto que existen límites para no transformar la realidad en esperpento, unas líneas rojas que normalmente se traspasan en las producciones estadounidenses cuando se adentran en la historia de Europa de cualquier período.
Napoleón no asistió a la ejecución de María Antonieta porque se encontraba en el sitio de Tolón; la reina no fue detenida y conducida a la guillotina tras la toma de las Tullerías el 10 de agosto de 1792 (la presencia de unos guardias suizos marca la fecha en pantalla); ni tampoco fue ejecutada con su larga melena y un vestido azul, sino con el pelo corto (como todos los condenados) y vistiendo la cofia y el sayo blanco con el que eran luego enterrados (por cierto, que los responsables de la dirección artística no saben ni como era una guillotina, falta la tabla, lo que se refleja en las dificultades para encajar la cabeza de la reina); el plan de Napoleón para tomar Tolón no se presenta en París a Barras; ni lucía las charreteras de coronel durante la toma del fuerte de l’Aguillette (era capitán al llegar al sitio y ascendió posteriormente a comandante); ni se introdujo en la ciudad para espiar las posiciones británicas (aunque el guionista lo supera en el caso de Austerlitz cuando hace lo propio con las tropas austro-rusas solo y vestido de buhonero); ni se le ascendió a general en una ceremonia que parece sacada de la mesa redonda del rey Arturo.
Y ni hablar de que en la ceremonia de la boda con Josefina se equivocan las fechas de nacimiento de ambos; de la recreación del golpe de Estado del 18 de Brumario, convertido en una opereta; de los encuentros amorosos con Josefina; de la presencia de Letizia Ramolino en la coronación de su hijo, el gran inserto en la pintura de David (que por cierto, aparece haciendo un esbozo de la ceremonia, a una altura del filme en que ya hubiese parecido incluso creíble que los protagonistas se hubiesen hecho un selfie); adelantar el divorcio que se produjo en 1809 a 1807 antes del tratado de Tilsit (aunque no tiene importancia, total, el guion ya se ha comido las campañas de Prusia en 1806 y Polonia en 1807) aunque María Walewska no comparezca en la historia; ignorar la campaña de Austria en 1809 para pasar directamente a la boda con María Luisa; hacer hincapié en la abdicación debido a la derrota en la campaña de Rusia (¿dónde quedan las campañas de 1813 y 1814?, pues junto a la Guerra de España, que no aparece por ninguna parte); motivar el retorno de la isla de Elba a las ganas de estar de nuevo con Josefina (y no es la primera vez que Scott y Scarpa utilizan el recurso puesto que es idéntico al abandono de las tropas en Egipto), o incluir una conversación entre Wellington y un Napoleón ya prisionero a bordo del “Bellerophon” como colofón a una lista de desaguisados que es mucho, pero que muchísimo más larga.
En cuanto a las batallas más importantes de Napoleón ni Tolón, ni la primera campaña de Italia, ni las Pirámides, ni especialmente Austerlitz o Waterloo merecen ser fantaseadas y reinventadas para que el director aparezca en las promociones como un experto en historia militar afirmando sobre la primera que: “Napoleón organizó un campamento falso a 10 kilómetros de las posiciones rusas y austríacas, camufló a sus tropas y atacó con la infantería por la derecha y la caballería por la izquierda para llevar a los aliados a una trampa sobre los lagos helados donde todos perecieron” no es en absoluto admisible para presentar tropas y artillería camufladas bajo telas blancas, porque no tiene nada que ver con la realidad; como tampoco lo es que se sitúe la victoria sobre los mamelucos al pie de las Pirámides cuando el combate tuvo lugar a varios kilómetros y que los mamelucos sean presentados como unidades de infantería (se trataba de expertos jinetes) vestidos además con el uniforme de los mamelucos ¡de la Guardia Imperial francesa!, en una lucha que se resuelve cuando Napoleón hace disparar un único cañonazo contra la cúspide de la pirámide de Keops y la piedra desprendida cae en la cabeza del jefe de los mamelucos descalabrándolo.
Es obvio decir que con el alcance de una pieza de artillería de la época (pongamos un Gribeauval de 12 libras) con un alcance máximo de 800 metros acertar a una altura de 146 metros ofende a todas las leyes de la física y la balística.
Pero son pequeños detalles carentes de importancia, como que Bonaparte consiguiera hundir la flota británica en Tolón, o que cargue al frente de su caballería en la recreación de Borodinó en 1812 (por cierto, vestido impecablemente con un uniforme de general del período del Directorio).
Por cierto, en todos los combates se obvia la climatología, siempre episodios nublados y grises. ¿No sabe el director lo que es el “sol de Austerlitz”? ¿Nadie le ha explicado que el 18 de junio de 1815 no llovía, y fue un día soleado que siguió a una tempestuosa noche cuyas consecuencias sobre la dureza del terreno retrasaron el inicio de la batalla?
En fin, mirando la película como solo un “cine fanático” esta entretiene, aunque para alguien que no guste de la historia, seguro se le hará un tanto tedioso mirar durante casi tres horas saltos entre un episodio y otro de la vida de Napoleón.
Sin embargo, bien vale la pena, como un acercamiento, para después investigar más a fondo sobre la vida del personaje ir a ver la película teniendo en cuenta que no se encontrará con un documental, pero tampoco con una película con rigor histórico.