Lauren A. Altamira
La habitación estaba cubierta de un vapor que no me permite ver con claridad, hace demasiado calor, puedo escuchar el agua cayendo en la regadera.
No tengo idea de cómo he llegado aquí.
El dolor de cabeza me hace poner atención, no sé porque estoy en el suelo, pongo las manos en las baldosas y me doy cuenta que el agua ha salido y tiene una mancha roja que se va disipando.
Al ponerme de pie me miro en el espejo que tengo frente a mí, en la frente tengo una herida enorme que continúa sangrando a borbotones. Camino hacia la puerta del baño, mis pies tocan el agua caliente y cuando abro la puerta no hay más que un negro oscuro que me eriza los vellos de la piel.
No hay otra puerta, o una ventana, el agua corre hacia aquel cuarto oscuro, así que doy un paso más, atravesando con una pierna, no siento nada fuera de lo común, así que continuo mi camino, y de pronto estoy en la completa oscuridad, miro atrás esperando encontrar el baño, pero no hay nada.
-Aquí—escucho suavemente en la lejanía.
Se repite una y otra vez, camino hacia la voz, y de pronto caigo al vacío, no puedo ver más que una luz al final del aparente túnel por el que voy cayendo, voy a morir, cierro los ojos antes de tocar el suelo, pero el golpe nunca llega.
Al abrir los ojos me doy cuenta de que estoy en un prado, hay una mujer a lo lejos, su cabello se mueve con el viento, y es tan rojo como un atardecer, corro hacia ella, tengo la sensación de que la conozco.
El aire me falta, me siento más cansado de lo normal, pesado, como si llevará piedras en los bolsos, parecen horas lo que tardó en llegar a ella, la mujer esta de espaldas, toco su hombro con suavidad.
Cuando se gira puedo ver su rostro desfigurado, lleno de sangre, tiene heridas en todo el abdomen, puñaladas, no sonríe, solo me mira, entonces señala mi mano, yo la miro, tengo un cuchillo lleno de sangre, lo suelto y entonces me doy cuenta, estoy cubierto de sangre, en los brazos tengo rasguños.
Le regreso la mirada, sin entender que es lo que está sucediendo, pero ella sostiene el cuchillo ahora y lo mira con curiosidad, de pronto me mira, y se abalanza hacia mí, yo pongo mi mano y veo el cuchillo atravesar mi palma de un lado al otro, suelto un grito, el cuchillo sale y lo veo venir hacia mí de nuevo.
Caigo de espaldas en la hierba, espero a que me ataque de nuevo, pero nunca llega.
Me levanto, estoy en una azotea, ha anochecido, el aire me golpea el rostro, miro mi mano y no tengo nada, llevo mi mano a la cabeza y tampoco tengo sangre, mi ropa está limpia.
A mi alrededor hay cientos de edificios iguales cubiertos de cristales, como si fuera un espejo, pero cada uno de mis reflejos me mira con una sonrisa macabra, en la mano llevo una pistola, la suelto por instinto.
Camino hacia el borde del edificio, la ciudad está vacía, no encuentro unas escaleras, ni un elevador, no entiendo que está pasando ni como he llegado aquí, ni quien era esa mujer, me llevo las manos al rostro y me siento en el suelo.
-¿Al fin te vencimos? —escucho.
Levanto el rostro, y me veo a mí mismo, en un traje negro, el otro yo toma la pistola que deje en el suelo, yo retrocedo y levanto las manos aún sentado en el suelo.
-Ponte de pie—dice mientras me apunta.
Hago lo que me pide, aún con las manos arriba, siento como las lágrimas salen de mis ojos, el me mira con una sonrisa ladeada, trago grueso, y entonces dispara.
Siento el impacto en el pecho, caigo del edificio, miro a mi alrededor, los cristales me regresan un reflejo de esa mujer, hace los mismos movimientos que yo mientras caigo, y entonces siento como se me va el aire cuando mi cuerpo golpea el suelo.
Abro los ojos, un hombre vestido de blanco con gesto serio con una jeringa esta sobre mí, estoy en el suelo, veo otro hombre entrar por la puerta, comienzo a patalear y grito que me suelten.
Siento la jeringa entrar en mi cuerpo, y el líquido me recorre, comienzo a quedarme inmóvil, los veo tomar una camisa de fuerza, me la ponen con brusquedad y me dejan en el suelo acolchonado, todo el cuarto está cubierto de ese colchón y entonces los escuchó hablar.
-Aún sigo sin entender cómo es que no lo llevaron a prisión por matar a esa mujer, debieron darle pena de muerte.
-Su abogado logro demostrar que tiene una enfermedad mental.-
-Su prisión está aquí entonces—contesta el otro y señala la cabeza.
Intento hablar, pero ellos me miran sin ninguna emoción, y me quedo ahí, regresando de nuevo a ese baño.