by Lauren A. Altamira
Hay historias que no empiezan con un beso, sino con una pregunta no respondida. Historias que se doblan, se interrumpen, se suspenden en un aire que nunca termina de aclararse. Historias como la de ellos.
La primera vez que él quiso, ella no quiso. No era falta de cariño, tampoco desinterés; era simplemente el tiempo equivocado. Ella estaba perdida entre dudas, huyendo de sí misma, construyendo muros que no dejaban entrar a nadie. Él, en cambio, estaba dispuesto, seguro, con las manos abiertas y el corazón latiendo con la impaciencia de quien siente que ha encontrado algo valioso. Pero ella dijo no. Y ese “no” cambió la dirección de sus vidas.
Pasaron los meses. La vida, con sus caprichos, los volvió a poner frente a frente. Pero esta vez fue distinto: ahora ella estaba lista, pero él ya no quería. Había aprendido a protegerse, a no esperar de nadie lo que antes le había sido negado. Llevaba cicatrices que hablaban más que sus palabras, y una serenidad distante en los ojos. Ella, que ahora se sentía capaz de abrirse, se encontró con que las puertas ya no estaban ahí.
Y así, lo que pudo ser, no fue. Lo que estaba escrito en una línea del destino, quedó tachado en otra. Decidieron ser amigos, un vínculo que se mantiene a flote, que se sostiene con risas y con la cercanía de dos personas que saben demasiado el uno del otro. Pero dentro de ambos había una certeza dolorosa: en otro tiempo, en otro lugar, podrían haber sido todo.
En ese universo alterno —el que se esconde en los sueños, en los suspiros que nunca se dicen en voz alta— ellos sí se eligieron.
Allí no hubo rechazos ni tiempos cruzados. Allí, el instante en que sus miradas se encontraron fue el mismo en que decidieron quedarse. Y el mundo, de repente, se volvió más simple.
En ese universo paralelo, compartieron todo lo que aquí se quedaron deseando. Tardes interminables comiendo juntos, riendo porque a ambos les encantaba pedir más de lo que podían terminar, descubriendo nuevos sabores con la complicidad de quien se sabe comprendido en lo más pequeño.
Noche tras noche vieron películas hasta quedarse dormidos, discutiendo sobre finales alternativos, inventando historias mejores que las que Hollywood podía ofrecerles. En esas cuatro paredes, el cine no era solo cine: era su propio idioma compartido.
La música fue su refugio. Se mandaban canciones sin decir nada más, porque ya no hacía falta. Cada letra, cada acorde, era una confesión que ambos entendían al instante. Bailaban sin importarles el ritmo, inventando pasos absurdos que solo tenían sentido para ellos. Y en cada canción, en cada melodía, había un “te quiero” silencioso.
También compartieron el amor por los libros. Leían uno al mismo tiempo, intercambiaban páginas subrayadas, discutían sobre personajes como si fueran amigos en común. Descubrieron que la literatura no era un escape, sino una forma de mirarse entre líneas, de encontrarse en palabras escritas siglos atrás por otros, pero que parecían describirlos a ellos.
Y estaba el anime, las horas invertidas en mundos fantásticos donde encontraban reflejos de sí mismos. Discutían sobre cuál era el mejor personaje, se emocionaban en cada batalla, lloraban en silencio en los episodios más duros, como si la pantalla proyectara también la intensidad de lo que sentían uno por el otro.
Incluso la ropa era un punto en común. No necesitaban explicaciones: los estilos que compartían eran un reflejo de cómo ambos entendían la vida. Sincronizados en gustos, en formas, en pequeñas elecciones que los hacían parecer parte del mismo cuadro.
En ese universo alterno, no existía la frustración del “qué hubiera pasado”. Porque allí, lo habían vivido todo. Se habían amado con naturalidad, con intensidad, con esa calma que solo llega cuando las piezas encajan sin forzarse.
Pero aquí, en este mundo, lo suyo quedó en fragmentos. Aquí, caminan como amigos, cargando con la melancolía de los tiempos cruzados. Ella sabe que pudo haberlo amado con todo lo que era. Él sabe que, en otro tiempo, lo hubiera dado todo por ella. Y aunque se rían, aunque compartan cosas como amigos, siempre hay un silencio entre ellos que ninguno menciona, un espacio invisible lleno de lo que nunca se atrevieron a tener.
Quizás eso sea lo más doloroso y lo más hermoso a la vez: saber que en algún lugar del universo paralelo, en algún pliegue del tiempo, ellos se eligieron. Se encontraron en el mismo instante. Se quedaron.
Y cada vez que se miran ahora, en este tiempo equivocado, sienten un eco de esa otra vida. Una certeza muda que los acompaña como sombra: en otro lugar, en otra historia, nosotros fuimos todo.