by Lauren A. Altamira
No hay una hora específica del día en que duela más, pero hay una rutina invisible que me arrastra hasta ti, incluso cuando intento olvidarlo. Me esfuerzo en quedarme. De verdad lo intento. En ser quien alguna vez dijiste que amabas. Pero me doy cuenta, cada vez con más claridad, de que ya no soy bienvenido del mismo modo. Que te abrí una herida, y aunque dijiste que sanaría, todavía la cubres cuando me acerco.
Quiero darte todo lo que soy, pero a veces me encuentro recogiendo pedazos de lo que ya fui. Y tú… tú me miras distinto. Me quieres, sí. Pero no como antes. No como antes de que fallara.
Porque lo hice.
Fallé.
Te rompí cuando más necesitabas sentirte seguro, cuando más necesitabas confiar. No por maldad, no por juego. Por torpeza, por ego, por miedo. Y ahora, cada gesto tuyo viene con un filtro. Cada caricia tiene una pausa. Cada palabra que te digo, tú la mides como si todavía doliera.
No lo digo en voz alta, pero me canso.
De perseguir algo que ya no se mueve hacia mí.
De querer besar sin que retrocedas.
De querer cuidar sin que lo permitas.
Y no es que no te entienda. Porque lo entiendo todo. Entiendo que cuando alguien te lastima, algo se rompe y aunque sigas, aunque te quedes, ya no amas igual. Ya no entregas igual. Te proteges. Y lo que das… lo das a medias. Porque piensas que si yo fui capaz de herirte una vez, puedo hacerlo otra vez. Aunque no quieras pensarlo. Aunque te esfuerces en creer que no.
Quisiera decirte que eso me basta. Que lo poco que me das es suficiente. Pero mentiría. Me doy cuenta de que estoy agotado de ser el que intenta, el que sostiene, el que reconstruye. Porque sí, fui yo quien derrumbó. Pero tú… tú no volviste a construir conmigo.
Quiero volver a lo que éramos antes del error, pero sé que eso no existe. No del todo. Lo nuestro está lleno de recuerdos incompletos. De momentos que deberían ser bellos, pero ahora tienen sombras. De palabras que antes nos hacían reír y ahora apenas levantan una ceja.
Yo quiero amarte con todo.
Pero no puedo seguir amando solo.
A veces creo que tú también quisieras volver a sentirlo como antes, pero no puedes. Y te entiendo. No me enojo contigo. No me voy a ir tirando culpas. Pero sí me duele ver que aunque te quedaste, en el fondo ya no estás aquí.
Y si algún día me voy, no será por falta de amor. Será porque me cansé de esperarlo de vuelta.
Será porque no quiero seguir siendo el eco de lo que un día fue hermoso.
Porque yo sé que aún soy capaz de amar con toda el alma. Pero también sé que no puedo hacerlo si del otro lado solo queda el miedo a que lo vuelva a arruinar.
Te miro dormido a veces y me pregunto si sueñas conmigo como antes. Si recuerdas cómo era cuando me llamabas sin miedo, cuando te acercabas sin dudar. Me pregunto si una parte de ti aún guarda eso, o si ya solo vive en mí.
No necesito que me repitas lo que te dolió. Ya lo sé. Lo cargo. Cada día. Cada noche. No hay momento en que no lo recuerde, aunque intente ponerle amor a todo lo que hago ahora. Pero el amor que se ofrece con culpa, no se recibe con libertad.
Y eso es lo que más duele.
No saber cómo hacer para que me mires como antes.
Cómo hacer que confíes sin preguntar dos veces.
Cómo hacer que te dejes amar de nuevo.
Porque estoy aquí. Con las manos llenas. El corazón dispuesto. Pero si tú solo estiras una mano, y la otra la mantienes atrás por si hay que protegerse… no sé cuánto más podré quedarme.
Y no porque no quiera. Sino porque cuando se ama con todo, también se necesita recibir algo que te diga que no estás solo en ese amor.
No te lo diré en voz alta. Quizá ni te enteres si me voy. Quizá sea en silencio, como todas las veces en las que me sentí ausente aunque estuviera a tu lado. Pero si llega ese día, si me voy… no será por dejar de amarte.
Será porque entendí que tú ya no sabes cómo volver a amarme.