He estado pensando en cuántas personas hemos pasado por lo mismo: dar más de lo que alguien estaba preparado para recibir. Dar hasta vaciarnos, hasta el silencio incómodo de una conversación unilateral, hasta el “me gustas, pero no sé qué quiero” disfrazado de caricias tibias o promesas que flotaban en el aire sin tocar tierra. Y lo más curioso de todo es que, aunque parece que estamos solos en esto, no lo estamos. Hay un ejército invisible de personas que han sentido lo mismo, pero que callan por vergüenza, por orgullo o por miedo a que se malinterprete como desesperación.
No lo es.
Dar no debería ser visto como un defecto. Amar con intensidad, desde la raíz del alma, con los bordes expuestos y las manos abiertas, no debería hacernos sentir débiles. Pero vivimos en una época donde parecer desinteresado se volvió sexy, donde quien menos demuestra, más gana. Y eso agota. Porque tú sabes lo que es mirar a alguien y querer construirle un universo de seguridad. Y a veces, simplemente, te duele que no se queden a habitarlo.
Alguna vez alguien me dijo que uno da lo que tiene en el corazón. Y me aferré a eso cada vez que sentí que tal vez fui demasiado. ¿Fui muy intensa? ¿Muy disponible? ¿Muy emocional? ¿Muy transparente? Y después entendí que esas preguntas no nacen del amor, nacen del rechazo. De ese rechazo sutil que no grita “no te quiero”, pero que se siente como un eco cada vez que te dejan en visto, cada vez que no te invitan, cada vez que notas cómo se les va apagando la emoción.
Lo que pasa, muchas veces, es que las personas huyen del compromiso cuando lo ven demasiado cerca. No porque tú no seas suficiente, sino porque en el fondo saben que no pueden devolverte lo que estás dispuesta a entregar. No es tu culpa si te encuentras con alguien que aún no sabe cómo amar. O peor aún, con alguien que sí sabe, pero no quiere. Porque sí, existen esas personas que pueden darte una probadita de todo lo que deseas para luego retirarse justo antes de que empieces a necesitarlo.
A veces, después de ti, esa persona que te decía “no quiero nada serio” se enamora de alguien más y construye lo que tú tanto deseabas. Y eso te hace cuestionarte todo. Te preguntas si era contigo el problema, si fue tu intensidad o tu entrega lo que les hizo huir. Pero con el tiempo, aprendes que el amor es también cuestión de momento. Que tú puedes ser perfecta, pero si la otra persona no está lista para verte, no hay nada que puedas hacer.
Amar no es para cualquiera. No es para los tibios. Amar es para los valientes. Para los que se arriesgan a ser heridos, para los que están dispuestos a mirarse al espejo roto de una relación y seguir apostando por el amor aún con las manos sangrando. Amar no es escribirle a alguien que no responde; amar es abrirse, con miedo, pero sin frenos. Es confiar aunque te hayan roto. Y eso no todos pueden hacerlo.
No, no diste de más. Diste lo que eras. Diste con nobleza, con esperanza. Diste como quien sabe que el amor no se dosifica. Y si la otra persona no estaba lista, no es tu carga. No es tu lección. No es tu culpa.
Lo complicado es que el corazón no siempre entiende de lógica. Porque te sigue invadiendo la soledad cada vez que desaparece. Te sigue estrujando la ansiedad cada que ves su nombre en la pantalla. Te tiemblan los dedos si piensas en cruzártelo por la calle, porque sabes que solo te va a sonreír a lo lejos, como quien saluda a un recuerdo bonito, pero prescindible. Y tú vas a volver a casa cargando un nudo en la garganta, repitiéndote que mereces más… aunque duela.
Y sí, va a pasar. Todo pasa. Incluso las preguntas que parecen no tener respuesta. Incluso las dudas que se repiten como eco en la noche. Incluso el vacío. Porque un día vas a entender que tú eres la única persona que puede decidir hasta dónde quieres amar. Que el amor no es una limosna que se mendiga; es una elección que se merece.
Vas a ver con otros ojos esos recuerdos. Ya no como heridas abiertas, sino como pruebas de que fuiste valiente. Que te atreviste a querer en un mundo que le teme al amor. Que te ofreciste como hogar en una época de personas itinerantes. Y cuando alguien llegue y quiera quedarse, no vas a tener que rogarle. Va a quedarse solo porque sí. Porque quiere. Porque puede. Porque te ve.
Así que no te avergüences de lo que diste. Lúcelo. No todos pueden decir que amaron con el alma limpia.
Tú puedes.
Y eso te hace distinto.
No te hace intenso.
Te hace verdadero.