El conocido paseo del pendón que se llevaba a cabo en la Ciudad de México a lo largo del siglo XVI y entrado el XIX fue un acto ceremonial que tenía su origen luego de la guerra de conquista de México-Tenochtitlan, cuando el Ayuntamiento de México, una vez recibido su escudo de armas, decidió elevar su estandarte para ser paseado, junto con las armas reales realizando una trayectoria simbólica que conmemoraba los hechos, acaso los más sensibles para los españoles conquistadores, en sitios específicos -destacables- de la campaña bélica contra los mexicanos.
De la variada gama de prácticas festivas virreinales, sin duda alguna, la que conmemoraba la conquista de la ciudad de México fue una de las de mayor relevancia, debido a que el objeto que dio motivo a esta fiesta fue la recuperación de un acontecimiento histórico de tan grande magnitud. Celebrada desde 1528 hasta la consumación de la independencia, evocaba cada 12 y 13 de agosto la conquista de la capital novohispana.
El paseo cívico-militar del real pendón comenzaba con la entrada la tarde del día 12 de agosto cuando se presentaban en la casa del alférez real dos contadores de la mesa mayor del Tribunal de Cuentas y dos ministros togados, los más modernos de la Real Audiencia de México, quienes por ley debían acudir a recoger al regidor-alférez a su domicilio. Una vez recibidos por éste y el regidor, que hacía las veces de padrino, daba inicio el paseo.
En palacio aguardaba el virrey en turno de la Nueva España, los ministros de la Audiencia de México, los oficiales reales y los funcionarios de los demás tribunales. Hechas las venias requeridas, se incorporaban al paseo, también a caballo. El virrey ocupaba entonces el lugar de en medio, el alférez con el pendón era colocado a su lado izquierdo y el ministro más antiguo de la Audiencia iba al lado derecho del virrey. Los dos ministros togados que habían venido custodiando al alférez se incorporaban con los restantes miembros de la Audiencia, inmediatos al virrey. Eran seguidos por el Tribunal de Cuentas, el Ayuntamiento, los oficiales reales, el resto de los tribunales, la caballería y la nobleza.
Desde el palacio, todos incorporados, se dirigían a la iglesia de San Hipólito. El paseo tomaba por la plaza mayor y la calle de Tacuba hasta llegar a la iglesia de dicho santo.
En ella eran recibidos por el reverendísimo padre general de San Hipólito y por cuatro padres capellanes de coro, miembros del Cabildo eclesiástico, quienes acudían, por su parte, ajenos al paseo cívico-militar. En la iglesia el estandarte era colocado en el presbiterio, en un pedestal, al lado del evangelio. Inmediato a él se sentaban en sillas de brazos y de terciopelo el alférez y su padrino. Los demás participantes ocupaban sus lugares en el cuerpo de la iglesia, según como se realizaba en las ceremonias de tabla en la iglesia catedral.
Terminados los oficios divinos, salía el paseo de vuelta con el mismo orden y acompañamiento por las calles de San Francisco hasta llegar al real palacio. En él se despedían el virrey, los miembros de la Audiencia y demás funcionarios reales que lo habían acompañado. Los dos ministros togados tomaban nuevamente el lugar que en principio habían ocupado, esto es a los lados del alférez. Del palacio, por la plaza mayor, se dirigía la comitiva al Ayuntamiento con el mismo acompañamiento. Ahí, el alférez hacía cumplimiento del pleito-homenaje devolviendo el estandarte real al lugar de su custodia. Después, acompañaban al alférez a su casa los mismos que habían ido a recogerlo, donde después del refresco que este ofrecía a sus acompañantes, se disolvía y daba término la ceremonia del paseo del real pendón o estandarte real.
Al día siguiente, 13 de agosto, aniversario de la conquista, muy temprano, se repetía la ceremonia del paseo de la misma manera que la víspera. En este día, además de la misa de gracias, celebrada en la iglesia de San Hipólito, se predicaba el sermón dedicado al estandarte real.
Se sabe que para esta fiesta había bailes, justas y torneos, juegos de sortijas, carreras a caballo, alcancías, máscaras y principalmente juegos de caña y toros que se celebraban tres días seguidos, comenzando el día 14 de agosto; además, según Lucas Alamán, todos los años se representó la obra de teatro La Conquista de México, en la que, bajaba del centro del escenario un muchacho montado en un caballo de palo, representando a Santiago y gritando a los españoles “¡a ellos, Cortés valeroso!”, en un combate figurado.
Esa forma predominó hasta la abolición del paseo del real pendón por las Cortes Generales y Extraordinarias de Cádiz en 1812. En realidad, podemos afirmar que fueron mínimas en comparación con las que padeció de 1808 a 1821.
En tan solo trece años, la fiesta de la conquista sufrió modificaciones tan significativas que culminaron con su extinción definitiva y que reflejan el proceso político con el cual los habitantes de la monarquía cuestionaron los fundamentos tradicionales de la legitimidad del sistema político basado en una soberanía que descansaba en la figura del rey y eligieron la soberanía nacional, representativa y constitucional.