- Lauren A. Altamira
Muchos de nosotros hemos perdido a personas que amamos con todo nuestro ser en los últimos meses, y por alguna razón, siempre los recordamos en estas fechas decembrinas en las que la nostalgia y las memorias nos invaden en nuestro día a día. Por supuesto, no se me hizo raro que estuviera soñando con mi abuelita casi cada tres días de lo que llevamos este mes, pero lo más raro, pasó después.
Mi madre había llorado durante lo que parece demasiado tiempo porque ahora se sentía desamparada por la falta de la presencia de su madre, por supuesto era obvio que, si ella se fuera, yo no sé qué haría, dicen que debes de seguir con tu vida, pero al estar tan unida a tu familia, creo que eso se consideraría algo casi impensable.
Hace unos cuantos días nos decidimos a poner nuestro árbol de navidad, pero esta vez teníamos uno nuevo, con nieve y que tenía unos cuantos adornos, por supuesto yo no estaba muy contenta con esa decisión, pues sabía que el árbol viejo y desahuciado que teníamos antes, nos había visto durante más de una década crecer y con más y menos invitados durante la navidad.
Observé a mi madre soltando unas lágrimas tristes, y como era la tradición, me dejaron poner la estrella, aunque esta vez pedí un deseo, que mi madre pudiera ver una vez más a mi abuelita, porque no quería que pensará que se había ido, que la había dejado al cien por ciento, porque ella se sentía como una niña pérdida en el medio de un parque lleno de gente.
Sabía que si yo pudiera proteger a mi madre como quería, ella ni siquiera se sentiría triste, y, sin embargo, podía entender que esta también era su primera vez en esta vida, y, por lo tanto, las dos estábamos aprendiendo cosas que nunca habíamos experimentado, cada una a su manera, cada una a su ritmo, pero al final, aprendiendo.
Cuando me fui a dormir y abrí los ojos de nuevo, solo pude observar una luz dorada tan brillante y poderosa entrando por mi ventana que pude sentir una sensación cálida y de felicidad invadiendo cada una de mis células. Me levanté de la cama con cuidado y sin darme cuenta ya me estaba asomando por el alfeizar, de las estrellas se desprendió un polvo dorado que bajo poco a poco hasta llegar frente a mí.
Esto parecía una auténtica película de Disney en la que Campanita aparecía.
Y entonces todos mis pensamientos desaparecieron cuando la vi, me sonreía con sus labios delgados y sus ojos parecían tener la misma cantidad del brillo que cuando la visité por última vez, podía sentir las lágrimas corriendo por mis mejillas y el aire escapando de mi cuerpo por medio de un suspiro que pareció demasiado eterno.
— Hola, mi niña. -escuché su voz en mi cabeza.
— Abuela-susurré.
— Vaya manera de hacerme venir.
La vi reírse en silencio un momento, segundos después apoyo su mano llena de luz en el cristal, me miro esperando que yo hiciera lo mismo, así que la obedecí, y entonces, abrí los ojos de nuevo, estaba en mi cama, las lágrimas enmarcaban mi rostro y tenía una sonrisa plasmada en el rostro.
Durante días intenté explicarle a mi madre mi sueño, pero nunca se me permitía hablar de ella sin que mi madre lo mencionase antes. Fue así que, en Navidad, cuando despertamos de una noche llena de comida en exceso, ella se despertó simplemente feliz, y todos en la mesa la miramos como si fuera una especie de espejismo, pero no fue así, simplemente ella nos miró y tenía ese brillo, ese brillo que yo había visto en el reflejo de mi abuela.
Y entonces lo supe, ella por fin había podido verla, y se había dado cuenta de que nunca la había dejado.
Porque, aunque perdamos a los que nos aman y amamos, una parte de ellos siempre estará en nosotros, y una parte de nosotros, siempre estará en ellos, porque el amor no conoce fronteras, ni dimensiones, ni universos, y yo tengo la fiel teoría, de que mientras alguien te recuerde, o te amé, podrás vivir, por siempre.