Y tanta es la sombra, tanta,
que su silueta se vierte
en el “Valle de la Muerte”
como ocre sobre la manta.
Su palio la luz levanta
y solo queda en el grumo
de leños para el consumo:
esperanzas de dos giros
y un puñado de suspiros
en las elipses del humo.
Fragmento de en pie sobre el sendero de Genaro Guzmán Mayer
El
, una de las tradiciones más importantes para los mexicanos en la que se celebra la trascendencia del espíritu hacia la eternidad. Mictlán significa el lugar del eterno descanso.
Para acceder al Mictlán según la cosmovisión mexica había que superar nueve niveles, en el primero había que cruzar un río, y para lograrlo era indispensable contar con el auxilio de un perro guía: el Xoloitzcuintle, criado para acompañar a las personas en el momento del descanso final. Este primer nivel era llamado “Chiconahuapan”.
El segundo nivel recibía el nombre de “Tepectli Monamictlan” cuya descripción alude a un paraje de cerros que chocan entre sí por lo que antes de cruzar debe calcularse el momento exacto para acceder al tercer nivel sin ser triturado para seguir la travesía hacia un sitio denominado Iztepetl. El “Iztepetl” es un cerro cubierto con filosos pedernales que desgarraban los cadáveres de los muertos.
El cuarto nivel se relaciona con un sitio de nieve y frío extremo del que hay que escapar hacia el quinto nivel conocido como el “Paniecatacoyan”, un espacio dónde los vientos arrastraban a los muertos a merced para conducirlos al sexto nivel, el “Timiminoalayan” o “lugar donde la gente es flechada”, dónde los muertos sufrían ataques de puntiagudas saetas antes de pasar al séptimo nivel.
En el séptimo cielo o “Teocoyohuehualoyan”, feroces jaguares devoraban el corazón de todos los muertos para permitirles el paso al penúltimo nivel, al que se llamó “Izmictlan Apochcalolca” o “laguna de aguas negras”, dónde eran totalmente descarnados liberándose así del cuerpo para culminar en el “Chicunamictlán” dónde el difunto se encuentra con el dios de los muertos, el señor Mictlantecuhtli y este libera su alma.
Los entierros mortuorios en la época prehispánica se acompañaron de enseres que pudiesen resultar de utilidad para atravesar las travesías del inframundo.
En una sincresis cultural y religiosa, el altar del día de muertos simboliza el culto a la muerte con la variante del cristianismo católico. Los altares de dos niveles representan el cielo y la tierra; los de tres niveles incluyen el purgatorio, mientras que los altares de siete niveles aluden a la expiación de los pecados capitales y los altares con nueve niveles recuerdan los pasos hacia el Mictlán.